jueves, 10 de octubre de 2013

DER ZAUBER (El Hechizo)

 
el perfume
 
Lucía dormida. Dormida y desnuda.
Acurrucada, escondida en su brazo, quería ser invisible. Sus ojos apretados deseaban no pensar más. Intentaba apagar su mente forzándose al sueño. Al menos un rato de silencio, hasta el ocaso implacable.
Ya no se preguntaba cómo llegó a eso. Ya no. Pero el tiempo y el olvido no siempre llegan juntos. En su caso, había pasado mucho tiempo, y muchas cosas había para no olvidar.
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Su costado dolorido bramaba silenciosa clemencia. Se decía a sí misma - todo pasará. Pero los años formaban un círculo infinito, diferenciados solo por las diferentes heridas en su cuerpo entumecido.
Heridas que inmediatamente sanaban, dejando una indeleble cicatriz en la memoria de Lucía. Sabía muy bien que eran señales. Marcas de su arriesgada decisión.
Entonces, sumisa y obediente, volvía a su noche cotidiana. Una y otra vez retornaba deliberadamente a ese infierno extraño y ensordecedor.
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La época no ayudaba. Las mujeres existían para cosas muy puntuales; el mundo era para otros.
Tiempo atrás, cuando la ciudad entera lucía empedrada, Lucía era una luz. Todo se iluminaba a su paso altanero. Sus vestidos relucían como espejos, reflejando los verdores más verdes que nunca. Todo parecía florecer, despertar. Y el asombro se instalaba en el aire como una brisa mágica que obligaba a sonreír.
Los labios de Lucía lograban que las miradas más rústicas destellaran de luminosidad.
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Pero junto con el asfalto, llegó la decadencia. Eso fue algo más que nunca olvidaría.
Como tampoco olvidaría ese cálido día de sol en la plaza, cuando aparecieron, mientras disfrutaba del perfume rojo de esas rosas, esos ojos verdosos que la hechizaron para siempre, llevándola a un lugar que jamás imaginó.
Un laberinto embriagador, excitante, ambiguo. Irresistible.
Y más oscuro que la soledad de la muerte.
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Extasiada, se entregó. Sin la menor resistencia.
El placer y la euforia se fueron tornando en dolor. Agudo, en la sien, en su cuello, para luego derramarse en todo el cuerpo.
Miles de colmillos rasgándole las múltiples capas de seda, brocato y piel al correr por los pasillos húmedos de ese encierro.
Estaba viviendo su propio, personal y ansiado fin del mundo. Y aprendió a no correr más.
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Su alma pura la llevó a ese día para hacer una causa, cargando sobre sí la injusticia del deseo como forma de amor.
En el fondo sabía que aquello no era vivir. Con tanta mugre alrededor, no se sentía con derecho a brillar.
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Entregó su sangre gota a gota.
Su intención casi visceral fue librar a muchas del padecimiento de moda, la cual resultó tan sincera como imprudente. Y solo logró agitar las aguas. Los pescadores se regodearon por varios siglos más.
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No hay mucho más que contar.
Los abusos continuaron y Lucía siguió con su alma dolorida por toda la eternidad.
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Y aunque la ansiedad le devoraba cada suspiro, guardó entre ellos el callado anhelo de ser besada, algún día, por la boca dulce de la muerte. Y así sentir, aunque sea por un instante, el amor verdadero, condicional, de una única y valiosa vida, que marque el fin del hechizo.
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cmc
09.09.13
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(Relato basado en la portada del libro EL PERFUME de Patrick Süskind)
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