Nunca fue un buen
tirador.
Aunque alardeaba.
En su pared brillaba
una ballesta con mira telescópica que, a pesar de disfrazar su orgullo con
cierta clase de humor, lo delataba.
Siempre fue gran
jugador, cosa que, aunque quería, no lograba disimular. Lo hacía con la gente,
con su sexo, con lo ilegal.
También gustaba de salir
de paseo, lejos de su hábitat.
Por ahí, por allá, se sentía más libre de ser
como era: desvergonzado y cruel.
Cierta pericia en el
trato hacía que un séquito obnubilado lo siguiese casi, por un decir, en forma
incondicional. (Difícil para muchos
resistirse a sus encantos…).
Por momentos hilaba tan
fino hasta casi volverse un holograma, una vibración.
Otros, solía
desaparecer, con o sin aviso. Lo mismo daba.
En esos casos sobrevolaba
las profundidades en estado de éxtasis, sin percatarse del hedor de sus alas
chamuscadas.
El tiro menos pensado
lo bajó. Lo bajó a lo más bajo, desatando el miedo agazapado en cada una de sus
células y desgarrando su belleza hasta la deformidad.
Fue fácil para aquel despechado
dirigir la saeta hacia el abismo que los separaba.
Un arponazo certero y
profundo, justo en la frente…
Fue lenta la agonía
del demonio sin alma, como era lo esperado.
Fue rápida su
desintegración. (No quedaba gran cosa…).
Cla9
Agosto | 2011
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